Señores participantes de este verdadero cabildo abierto de la democracia argentina; señores representantes de las distintas fuerzas políticas; señores dirigentes de la fuerza del trabajo; señores empresarios; señores representantes de la fuerza de la cultura; compatriotas todos.
Me dirijo al país en un momento difícil para la vida nacional y riesgoso para los esfuerzos que vienen desplegando la inmensa mayoría de los argentinos por consolidar y desarrollar un sistema democrático.
Democracia significa libertad, pero significa también orden. Significa ejercicio garantizado e irrestricto de todos los derechos inherentes a la condición humana, pero significa también sometimiento absoluto sin excepciones al sistema jurídico que regula la vida nacional.
Desde que asumí la presidencia de la República hace ya casi tres años y medio, he mantenido invariable e irrenunciablemente el propósito de defender estos dos principios del orden democrático.
Tampoco he de hacer concesiones ante iniciativa o presión alguna que pretenda limitar, condicionar o negociar el igualitario sometimiento de todos los ciudadanos —con o sin uniforme— a los dictados de la ley.
Los argentinos amanecieron hoy sorprendidos por la noticia de que un ex oficial del Ejército resistía, con la colaboración de otros oficiales, una orden de arresto, impartida luego de que la Cámara Federal de Córdoba lo declarara en rebeldía por desacatar una citación judicial.
Este no es un exabrupto temperamental de un hombre, sino una meditada maniobra de un grupo de hombres, cuyo objetivo es crear un hecho consumado que obligue al gobierno a convertir en materia de negociación su política.
Se pretende por esta vía imponer al poder constitucional una legislación que consagre la impunidad de quienes se hallan condenados o procesados en conexión con violaciones de derechos humanos cometidas durante la pasada dictadura.
No podemos, en modo alguno, aceptar un intento extorsivo de esta naturaleza. Nos lo impide la ética, nos lo impide nuestra conciencia democrática, las normas constitucionales así como las que rigen a las Fuerzas Armadas basadas en la disciplina.
También nos lo impide la historia de la que los argentinos hemos extraído una clara enseñanza: ceder ante un planteamiento semejante, solo significaría poner en juego el destino de la Nación.
Los jefes y oficiales de las Fuerzas Armadas solo tienen delante de sí una obligación: obedecer las órdenes de sus superiores y del comandante supremo. Para ello han asumido el honroso compromiso de recibir las armas que son de la Nación y para defensa de la Nación.
Eso no es propio de la democracia ni de ninguna sociedad fundada sobre la ley.
Quienes pretendan lo contrario, se están despojando de su función legítima, están abandonando el deber, están renunciando a su misión y están enfrentando a la sociedad argentina que no está dispuesta a claudicar ni un milímetro de su voluntad de afianzar la democracia. Ninguna institución del Estado, ningún partido político ni ninguna organización social, están dispuestos a patrocinar la negociación de lo innegociable. La justicia tampoco se negocia.
Esta movilización de todos los sectores representativos de nuestra sociedad ha demostrado hoy cuán firme es la decisión colectiva de consolidar la democracia y cuán aislados están quienes pretenden desconocerla. Yo los invito a deponer su actitud, en procura de evitar mayores males para las instituciones castrenses y para la República.
Ni los poderes constituidos ni la sociedad argentina están dispuestos a ceder, nada ni nadie podrá alterar esta decisión. La democracia está entre nosotros, está para quedarse, y no vacilaremos en emplear ninguno de los medios que la ley y la Constitución nos confieren. Tenemos el mandato, al que no podemos renunciar, del pueblo argentino. No traicionaremos ni negociaremos ese mandato.
Que las palabras y el ejemplo del Libertador los ilumine para que puedan salir de su confusión con el honor limpio de los soldados que cumplen con su deber.
No queremos ejercer represalias, pero sí vamos a ejercer el mandato y aplicar la ley y los reglamentos militares.
Es esta hora de desafíos cruciales para emerger del atraso y del desencuentro, para construir el país del futuro, nos duele que haya ciudadanos que se automarginen del proyecto colectivo de edificar el país más justo y democrático. Ellos tienen la palabra y están a tiempo para desistir de una actitud que solo los lleva al fracaso personal y que lastima a las instituciones en que se han preparado para ser ejemplo de servicio y no de desbordes y prepotencia.
Un pueblo asombrado los contempla y espera. ¿No comprenden cuán harto está este pueblo de desorden y autoritarismo? Solo en el estricto acatamiento a la ley podrán encontrar comprensión y tolerancia, esa comprensión y esa tolerancia que hoy une con fuerza inédita a todos los argentinos, sin distinción de banderías políticas ni de intereses sociales. Están todavía a tiempo para no convertir su error en un crimen sin atenuantes.
Juntos hemos recorrido ya un largo camino, hemos compartido demasiadas alegrías y también demasiados dolores para que hoy demos un paso atrás frente a quienes amenazan la libertad, la justicia, el desarrollo nacional y nuestro bienestar. Es mucho lo que llevamos invertido nosotros mismos en esta conquista de la democracia para que dejemos que avancen los que buscan impedir nuestra marcha.
Quiero decirles que nunca en mi vida política he visto tantas oportunidades de cambio y transformación como las que veo hoy. Siento y estoy seguro que son muchos los que sienten igual que yo, que estamos viviendo un tiempo fecundo. No permitiremos que nos arrebaten esta hora de creación y libertad, no dejaremos que nos quiten esta ocasión de soñar por un país mejor y de comenzar a concretarlo.
Como otros antes que nosotros, allá en los albores de nuestra independencia, allá en los años de la organización nacional, también nosotros hoy estamos llamados a construir y a repechar la pendiente de la frustración, abriendo las puertas a una Argentina nueva.
La democracia ha devuelto a los argentinos la posibilidad de participar y con ello, la posibilidad de elegir un futuro. Este es el gran desafío de la actual generación de argentinos. Desde hace casi 4 años ya estamos eligiendo, ya nos estamos decidiendo por la libertad, por la justicia, por el desarrollo nacional. Que no vengan ahora a querer atrasar el reloj de la historia.
Hoy, la Argentina es un país respetado en el mundo; un respeto que nos hemos ganado a fuerza de defender los derechos humanos y la autonomía nacional. Defendamos pues esto que hemos sabido conquistar, y así como dijimos hace poco a los banqueros que el crecimiento no es negociable, digamos bien fuerte a quienes desde adentro nos quieren arrastrar otra vez fuera de la civilización de la paz y la justicia, que no queremos volver a ser los parias del mundo.
En conclusión, deseo dejar claro ante todos los argentinos dos criterios fundamentales que guiaran nuestra acción inmediata.
En primer lugar, para hacer definitivamente real la Argentina que queremos, todos los demócratas debemos asumir este momento como corresponde, es decir, solidaria y valientemente. Por ello, pondremos en marcha inmediatamente los mecanismos para que esta voluntad solidaria se traduzca en acciones concretas.
En segundo lugar, reafirmaremos en hechos concretos los criterios de responsabilidad que permitan la definitiva reconciliación de los argentinos.
Hoy como antes, y como debió ser siempre, los argentinos estamos definitivamente resueltos a construir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino. Que Dios nos acompañe.